Vivimos en tiempos donde los medios o incluso nosotros mismos
necesitamos crear un enemigo, un némesis al que enfrentarnos, con el que
justificar las aptitudes o comportamientos que se tomen al respecto. En el pasado
fue Lewis Hamilton y unas teorías de la conspiración en Mclaren que caían por
su propio peso, estériles en los argumentos de muchos.
Aquellos tiempos donde al que muchos apodaban despectivamente “conguito”
finalizaron, y en esos años, en los que Hamilton enseñaba su calidad a la par
de ser el diablo bajo las teorías paranoides, se fraguaba un nuevo talento en
Fórmula BMW y World Series. Ese diamante en bruto era Sebastian Vettel, la
punta de lanza de lo que hoy es el programa de jóvenes pilotos más laureado,
ese que apuntaba maneras desde que se hacía fotos con Schumacher en el Karting y
que demostraba siempre muchísimo más que sus rivales en esas categorías. Por
ello, por los que seguimos esas fórmulas de base y nos atrevemos a aventurar
quienes son el futuro de este deporte nos permitimos la licencia de valorar a
Sebastian Vettel como piloto, desmentir a aquellos cuyo único fin es
minusvalorar sus cuatro campeonatos logrados de forma consecutiva atribuyendo
el éxito únicamente al coche.
La memoria es selectiva según conveniencia. En la vida suele
ser así reflejado en su máxima expresión en los políticos, y la Fórmula 1 no es
menos por desgracia. Por lo que no nos acordamos de aquel primer triunfo de
Vettel con un modesto Toro Rosso bajo la lluvia de Monza, aquellas carreras
donde el equipo de Faenza se encontraba en posiciones que ni ellos mismos creían,
aquel mundial de 2008 en que se convirtió en juez y parte en Brasil valiéndole
todo ello el ascenso a la primera plantilla de la escuadra de Red Bull. Y sí,
gozó de un gran coche, y puede que sus cuatro títulos tengan inferior
valoración general que los tres de Senna o Lauda o los cuatro de Prost, porque
aquellos eran monoplazas más complicados de conducir y en plena era dorada de
la Fórmula 1. Pero cuatro títulos no se ganan por casualidad aunque se tenga el
mejor coche, y para hacerlo no es simplemente un regalo. Hay que trabajar
mucho, tener una perfecta sintonía con los ingenieros, mecánicos, etc. Y Vettel
sin ningún tipo de duda la tiene. Bien le echarán de menos en Red Bull ahora
que están observando que mucha paciencia han de atesorar con un inexperto Kvyat
a la par que el rendimiento general mengua.
Habrá quienes nos digan que todo es suerte, que ahora la
ruleta le ha favorecido otorgándole un Ferrari competitivo, ese mismo Ferrari
que puede que erráticamente Alonso no quisiera por irse a un proyecto que
veremos si es real o simple venta de humo. El tema es que en su inicio vestido
de rojo, ya demuestra su autoridad sobre Kimi Raikkonen. Así que permitiéndome el lujo de parafrasear a
Carlos Castella, se puede tener el mejor piano y de nada vale si no sabes
tocarlo. Pues con los coches que ha pilotado Vettel lo mismo ocurre.
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