Los
tests de Silverstone volvieron a sacar a escena el famoso halo protector que
llevarán los monoplazas en el futuro. El mismo se pensaba introducir ya en
2017, pero las voces críticas han crecido provocando que se posponga para más
adelante.
Son
varios motivos los que desde aquí nos impulsan a oponernos al halo:
1) La estética de los monoplazas
empeoraría considerablemente y al espectador le dificultaría la visión del
piloto, ya que el mismo es reconocido por su casco.
2) La visibilidad del piloto
mermaría muy considerablemente, y eso a casi 300 por hora es algo inadmisible.
La visión de la pista ha de ser clara. Si no nos atrevemos a conducir en lluvia
y nos tiramos infinidad de vueltas con el coche de seguridad hasta que el
asfalto no está casi seco, ¿por qué introducir un elemento que obligaría a
negociar un trazado tirando más de memoria y que impide la visibilidad total
con el coche precedente incrementándose el riesgo a la hora de adelantar?
3) Viendo su configuración, no
sabemos si podría darse el caso de que un neumático con trayectoria englobada
tras un accidente impactase en la cabeza del piloto. Pero no es nada descabellado
sopesar que ese halo tampoco garantiza la anulación del riesgo de sufrir un
accidente similar al de Felipe Massa en Hungría durante la temporada 2009,
cuando una pieza suelta del Brawn de Rubens Barrichello impactó en su casco.
Dicho
esto, el halo, aparte de entrañar un peligro sin poder visionar la pista con la
debida nitidez, no aumenta la seguridad todo lo que debiera ante el riesgo de
impactos. Y es por ello que deberían valorarse otras alternativas como el
cubrir el cockpit como en los prototipos de Le Mans. Se diría que un Fórmula 1
perdería en esencia, pero ganaría en seguridad.
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