Hablar
de Ayrton Senna y Mónaco es hablar de un amor mutuo entre piloto y trazado. Uno
de esos circuitos donde se ve las manos de un piloto y que doctora o hunde a
muchas manos. Pero no siempre hace falta
ganar para ser un triunfador en el principado. Senna, en 1984 y con su modesto
Toleman bajo la lluvia fue segundo ante la mirada incrédula de quienes veían a
un Rookie que no pretendía pasearse. De no pararse la prueba, probablemente
hubiera sido el alumno el que diera clases al “profesor” ganando una carrera
memorable. 1987, 1989, 1990, 1991, 1992 y 1993 fueron las seis victorias de “Magic”
en las calles del angosto trazado sin apenas escapatorias. Aunque si hay que
destacar otra actuación de esas que te levantan del asiento es la de 1992. Un
año en que los Williams eran coches infinitamente superiores al resto y Senna,
en una lección de saber aguantar y tapar huecos, cerró todas las puertas a
Nigel Mansell para impedir el adelantamiento.
Meses
antes del fatal accidente, Senna nos revelaba que su sobrino Bruno era un as al
volante de los Karts. Siendo aún un niño, sobrino y tío compartieron ratos inolvidables
y consejos imborrables. Por ello, en 2008 y justo 15 años después de la última
victoria de Ayrton en Mónaco, Bruno tomó el testigo.
En puntos todas las pruebas valen lo mismo, pero en lo sentimental no. Y en aquella tarde en la categoría de GP2, Bruno Senna partía por detrás de Pastor Maldonado en la parrilla, y antes de Santa Devota ya amarró un liderato que nunca más quiso soltar. El apellido Senna había vuelto a lo más alto del podio viniéndonos a la mente lo que acontecía en épocas pasadas. Pero aunque Bruno no haya podido llegar tan alto ni destacar en la máxima categoría, si atesora manos en agua igual que su tío e incluso con un Williams con menos prestaciones quiso continuar lo que Ayrton Senna nunca pudo acabar.
No hay comentarios:
Publicar un comentario