Si
contamos con que cada Gran Premio de Fórmula 1 supera los 300 Km de distancia
podemos hablar perfectamente de que la distancia total del campeonato de 2008
se aproxima a los 6.000 km a recorrer. ¿Mucha tela verdad?, pues por ello toca
darle unas líneas a lo ocurrido en Interlagos en 2008. Allí bastaron 800 metros
y una curva para decidir un mundial y dejar la emoción en todo lo alto antes de
que en 2009 hubiera un cambio radical en el reglamento técnico.
Ese
Gran Premio de Brasil 2008 nos dejó claro que el Gran Circo no necesita
insulsos tilkódromos donde cada uno se asemeja más al siguiente, sino que busca
esos circuitos con personalidad y desniveles como es el Autódromo Carlos Pace
en el que se podría decir que se vivió uno de los mejores finales de la
historia. Necesitábamos igualdad, nos la dio un Felipe Massa que iba a por
todas y un Hamilton conservador que traía la lección aprendida de perder
absurdamente una corona que parecía suya en 2007. Nos la dio un emergente
Sebastian Vettel que se erigió en juez y parte y nos la dio la lluvia para
poner a prueba los corazones más sensibles y las manos con más pericia.
En las
tres últimas vueltas Massa lideraba y la carrera la tenía en el bolsillo. Hamilton
aguantaba la quinta plaza que le valía para ser campeón sin rodar cómodo,
puesto que el Toro Rosso de Sebastian Vettel ya le acosaba terminando por
adelantarle ante la maniobra de Robert Kubica al desdoblarse. Ahí era entonces
Massa campeón y Hamilton, por más que iba a la estela de un piloto que ya
estaba a las puertas de cuatro mundiales seguidos, no podía con él. Incluso
tenía que contravolantear para mantener el monoplaza sobre lo negro demostrando
que forzaba, que iba a tope para recuperar esa posición que le faltaba.
En el
último giro era prácticamente evidente que Hamilton no adelantaría a Vettel y
Massa vio la bandera a cuadros siendo campeón durante unos segundos. Los
necesarios para que apareciera la figura de un Timo Glock extremadamente lento
por no calzar los neumáticos de lluvia. Vettel y Hamilton daban cuenta de él en
la última frenada y pocos se percataban de que el británico era entonces
campeón. Incluso en los boxes se observó una imagen insólita, inédita y que
probablemente no volveremos a ver. Ferrari y Mclaren celebraban a la vez el
título pensando que sus pupilos eran vencedores. Los de Maranello se dieron
cuenta y pasaron de la euforia a las caras largas en probablemente un cruel
final para Felipe Massa. Con epílogos así, y como bien dice De la Rosa en la
retransmisión, “Así se escribe la historia”.
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